Delmira Agustini II

Delmira escribía poemas desde muy pequeña. Sus padres la estimulaban para ello. Era en sus noches en vela que escribía y así lo siguió haciendo hasta su muerte.

Su única amiga fue Aurora Curbelo, hija de una persona de nombre Luis Curbelo Báez que ejercía curaciones en su clínica de hidroterapia en la ciudad de Minas y donde Doña María acudía para aliviar sus males. Era hipocondríaca, cuando estaba con jaquecas la casa temblaba pues parecía enloquecer y ni que decir de sus pobre servidumbre, hijo y esposo. Gritaba por toda la casa noche y día, y volaba todo lo que se interponía a su paso, los platos y todo lo que estuviera sobre la mesa. Se quejaba de que no la comprendían, que querían hacerle mal y que nadie la ayudaba, que solo querían verla morir. Don Santiago se esmeraba igual que todos en la casa por satisfacerla en todo pero era inútil.


 Aurora Curbelo Larrosa, nacida en Pan de Azúcar, fue una de las cuatro primeras médicas uruguayas, amiga y médica de Delmira. La Dra. Aurora Curbelo Larrosa era una mujer sensible, decidida e inteligente. Asistió a Delmira en su hora final; su vestido manchado con la sangre de la poeta fue vendido muchos años más tarde por un familiar a un coleccionista.



Delmira vivió estos ataques desde muy pequeña, para ella era normal el comportamiento de su madre ya que no tenía contacto alguno con el mundo exterior y no tenía con quien comparar. Salvo hasta el momento que conocieron la clínica de Minas a la cual Don Santiago mandaba a su esposa y Delmira la acompañaba. Fue allí que hizo su primera amiga, la hija del Sr. Curbelo. Eran adolescentes las dos y su amistad se mantuvo hasta el trágico desenlace, a tal punto que estuvo en el reconocimiento del cuerpo de Delmira ya que Aurora Curbelo se había transformado en una de las primeras médicas del Uruguay.


Delmira y su madre recibiendo el tratamiento por imposición de manos del Dr Curbelo Báez.Observar que ambas tienen en su mano un vaso con agua. 



Hablando de aquella madre, mientras ella se realizaba los tratamientos de hidroterapia, píldoras, tisanas y seguía un régimen de comidas desintoxicantes, Delmira y su Aurora paseaban por la plaza y el centro de Minas. Tenían la oportunidad de conversar con total libertad, sobre todo Delmira, se hacían confidencias y pasaban riendo. La familia Curbelo tenía gran afecto por Delmira y junto a su hija hablaban de cómo era posible que aquella muchacha tan jovial, con un espíritu artístico, lleno de ardor y emoción creadora de versos que llegaban al alma siguiera tolerando a una madre psicótica y un padre cómplice. En una de las tardes en la plaza Delmira conoció el amor, un periodista de Montevideo. El noviazgo se concretó y continuó en Montevideo. Pero no prosperó porque Doña María la convenció de que no era una persona conveniente para ella, era un vago, porque “sólo una madre sabe lo que es bueno para su hija”. Se comentó que Delmira entró en una gran tristeza y angustia surgiendo en ella una fuente inagotable de inspiración para escribir. Lo hacía de noche, en sus desvelos.

Para que esta tristeza desapareciera su padre compró en Sayago un terreno e hizo edificar una casa de veraneo. Su ubicación era en la esquina que forman las calles Ariel y Avda. Eugenio Garzón. Aún se mantiene parte de la fuente de su jardín y se colocó una placa recordatoria. Allí pasó Delmira veranos y muchos fines de semana en los que recorría con alegría su jardín, disfrutando del sol y las flores. Fue aquí donde se reunió varias veces con María Eugenia Vaz Ferreira, otra de sus pocas amigas. Coincidían en la poesía y cada una en su vida se sentía ahogada. Delmira por su madre y María Eugenia por su hermano Carlos (el filósofo) pero tenían una diferencia. En el caso de Delmira sus padres la apoyaban por demás e hicieron posible la publicación de su primer libro incluso realizando su financiación. Por el contrario, a María Eugenia nunca se le permitió publicar un libro, a lo sumo debió conformarse con la publicación de algún poema en revistas literarias. También por esos tiempos frecuentaba la casa de Sayago Andrés Giott (André Giott de Badet) hijo del creador del balneario Pantanoso hoy Colón – Villa Colón. Delmira lo admiraba y lo quería mucho al punto que él la impulsó a escribir poemas en francés y él luego los corregía. En 1907, cuando Delmira tenía 20 años, los padres decidieron que la “Nena” publicara un libro. Pero ya en 1903 se habían comenzado a publicar sus poemas en diferentes medios de prensa, revistas y diarios. Llamaba mucho la atención que, siendo una chica grande, se presentaba ante los directores de estos medios junto a su madre, quien hablaba y resolvía lo que debía hacerse. Desde esa fecha no dejó un solo día de escribir. Sus padres se hicieron cargo de financiar todas las publicaciones. Con su primer libro “El libro blanco” sus padres obligaron a la “Nena”  a dedicar varias decenas de ejemplares para ser enviados a reconocidos personajes de la cultura y la política.


Delmira fotografiada en su casa en Sayago.


Entre los que recibieron y devolvieron la atención vemos a Carlos Vaz Ferreira, Carlos Reyles, Ovidio Fernández Ríos, Pedro Figari, Julio Herrera y Reissig y Natalio Botana. En 1910 se publicaba “Cantos de la mañana”. Este libro la consagraría y sería reconocida como gran poetisa del Río de la Plata. Hasta este momento Delmira contaba con muy pocas amigas, pero a partir de ahora muchas jóvenes comenzaron a frecuentar su casa. Iba cultivando nuevas relaciones, aunque siempre con el consentimiento de su madre.

Pero el amor llegará a Delmira en el momento menos esperado. En una fiesta de familias amigas y encumbradas de la sociedad montevideana, exactamente en una boda, de un Ponce de león con una señorita de los Requena Brun. Allí coincidieron Delmira y Enrique. Era un día de marzo de 1908. Delmira contaba con 21 años, pura belleza y juventud más sus intrigantes ojos azules (pues nunca pasaban desapercibidos), por su parte Enrique Job Reyes, alto, cuerpo atlético, rostro varonil, bigotes y cabellera negra y tupida, engominada. En cuanto sus miradas se encontraron no se alejaban mucho rato en el correr de la noche. Enrique quedó deslumbrado desde el primer momento acometiendo sobre sus amigos con miles de preguntas sobre tal belleza. Las miradas se cruzaron toda la noche y días siguientes. Nació esa noche el amor delirante, apasionado, irresistible con una atracción que llegaría hasta la locura. Enrique comenzó a montar guardia (durante cuatro días)  todas las noches en la casa de los Agustini, noche tras noche, (consciente de lo que pasaba) hasta que una de ellas asomó Delmira a la celosía de su ventana (por supuesto que consciente de lo que pasaba) abrió y se asomó al balcón. Él se acercó, ella lo reconoció, suspiró apoyada en el balcón, suspiró, miró las estrellas y se dejó acariciar por la brisa fresca del verano. Luego le hizo unos movimientos de saludo como de abanico con los dedos y se retiró. Enrique se sintió como entrando en éxtasis.


Enrique Job Reyes, ex esposo y asesino de Delmira.


Desde ese día hasta que Enrique pudo entrar a la casa fueron cuatro meses desesperados. Muchas noches de balcón, cartas de declaración de amor, cartas a la familia, pedido de audiencia con el padre, presentación y autorización para las visitas. Así comenzó entre ellos una relación que llevó cinco años antes hasta el matrimonio. Ya desde su primer encuentro con los padres fue un interrogatorio constante, sobre todo por parte de la madre. Fueron unos cuantos meses incómodos para Enrique por el tipo de interrogatorio al que era sometido. Tampoco podía hablar a solas con su novia, no expresar nada pues su madre estaba siempre presente.

Por su parte Delmira vivía en un tormento permanente, debía ser siendo la Nena, mientras que su cuerpo y toda ella era una mujer, sintiendo como tal. Era entonces a través de sus versos que volcaba toda esa pasión. Delmira debía partirse en dos. Por un lado su casa era la Nena, actuaba en ese ambiente patológico y hablaba como una niña pequeña, adoptaba toda clase de actitudes aniñadas. Pero otra era la actitud frente a Enrique, en las pocas ocasiones que escapaban a los ojos siempre alerta de la madre. En todo el tiempo de novios en dos oportunidades pudo acariciar los leves y suaves dedos las manos de Enrique. Sintió que toda ella estallaba y su cuerpo estallaba. En varias ocasiones Delmira le rogó que escaparan juntos para hacer el amor. El contestó como un caballero (aunque por dentro moría de deseo) serás mía y para siempre, pero antes debemos casarnos. A la tarde siguiente estaba Enrique hablando con su suegro con la propuesta formal de matrimonio, el que quedaría acordado para el agosto del próximo año. Estamos en junio de 1912.
 

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