El Gobernador y la Mariscala II

Esta mujer frente a una sociedad empobrecida culturalmente, llena de miserias espirituales, morales y económicas la enfrentó con fortaleza, honor y valentía. Apoyando y salvaguardando el honor de su esposo y de la posterior familia que con él formó.

Ella estaba por encima de toda habladuría y chismorreo, pero, conocía todas sus procedencias y de que boca salían. Era respetada por muchos y tenía “amigos” en todos lados, que eran sus ojos y oídos. Nadie sabía nunca cómo se enteraba de todo lo que en esta Villa pasaba. Realmente era el gobernador el que todo lo sabía, pero ella como buena señora por la servidumbre o indiscreciones de su esposo llegaba al meollo de todos los asuntos. Por este motivo se decía que había tomado muy a pecho su título de “Gobernadora” así como después del nombramiento de Don Joaquín de Viana como Mariscal.

Supo saber administrar, mantener y dominar la gran cantidad de tierras que acumulaban. Sus tierras ocupaban para tener una idea en nuestro mapa actual las regiones correspondientes a Aiguá, Marmarajá, Mariscala, Barriga Negra, Tapes, Polanco, o sea prácticamente parte de Maldonado al noroeste, Treinta y Tres al suroeste, todo el Dpto. de Lavalleja y algo más. Allá por el 1769 compró a Don Juan Delgado Melilla la parte norte de la “Estancia de la Caballada del Rey”. Allí tenemos tierras desde el Pantanoso hasta el arroyo de Las Piedras y el río Santa Lucía. Muchas de estas tierras serían heredadas por su nieto Manuel Oribe. Tal era la extensión en tierras que había logrado esta mujer en pos de su familia que nadie sabía a ciencia cierta dónde comenzaban o terminaban. Se decía que en las tierras de los Viana Alzáybar jamás se ponía el sol.

Se dedicó mucho tiempo al arreglo y ornamentación de su casa en la ciudad. La engalanó de tal manera que era digna de recibir a un rey. Además tenía una casa de veraneo cerca del arroyo Miguelete, construida por 1750 con tierra cubierta de frutales (durazneros, perales, manzanos). Eran un deleite verde en el descampado de la zona y  era la debilidad del Mariscal. Al día de hoy todavía se encuentran restos de la misma en la calle Atahona entre Reyes y Valdenegro.

Tuvo una familia numerosa, seis hijos, todos de acuerdo al ciclo natural de las lunas: José Joaquín, María Francisca, Teresa, Margarita, Francisco Xavier y Josefa. Ella sabía que aquí estaría la supervivencia de su familia y la forma de mantener un linaje. Por este motivo  cuidó muy bien de la educación de su prole, sobre todo la de los varones.

Las hazañas militares de su esposo siempre fueron muy sonadas, por este motivo él estaba ausente por períodos muy largos de su hogar. Es así que esta mujer se hizo leyenda. Don Joaquín estaba donde su deber y fidelidad a la corona lo requería, tanto estaba en la guerra de las  Misiones Jesuíticas como en la Guardia de Maldonado, o en el algún cruce con los lusitanos. Ella nunca decayó, aún a pesar de las intrigas y la maledicencia popular.

Don José Joaquín de Viana murió en Buenos Aires en 1773, ciudad a la que había acudido para buscar alivio y tratamientos a sus males que lo persiguieron por mucho tiempo. La Mariscala siguió al mando de sus propiedades, administrando incluso la de alguno de sus hijos, a los cuales Don Joaquín ya había dividido su herencia en seis partes iguales. Ella vio y ayudó a criar a varios de sus nietos. Entre los que se hallaba Manuel Oribe y María Josefa Oribe, de la que hemos hablado en otra entrega.

 
Doña Francisca murió en Montevideo en 1803. Una vida de novela épica criolla.

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