El Gobernador y la Mariscala

Hoy comenzamos con las interesante historia de José Joaquín de Viana y María Francisca de Alzáybar.

Estos personajes de los que hablaremos en esta entrega vivieron en un Montevideo, por entonces “Ciudad de San Felipe y Santiago” que comenzaba su nacimiento, los inicios de una futura ciudad y puerto próspero y codiciado. Hablamos de Doña María Francisca de Alzáybar Ealo y Guesada, nacida en Lemos, Vizcaia, sobrina de un poderoso comerciante y naviero de esta colonia Don Francisco de Alzáybar y del Teniente Coronel Don José Joaquín de Viana y Sáez de Villaverde, natural de Lagrán provincia de Álava. Ellos formarían una familia muy numerosa y destacada por generaciones. Ubiquémonos en marzo de 1751, apenas veintisiete años de fundada la pequeña ciudad fuerte, por primera vez se nombraría un Gobernador, para darle algo de importancia a esta aburrida y lodosa población.

De origen noble a tal punto de haber documentos mediante nada más ni nada menos que Caballero de la Orden de Calatrava (que no es para cualquiera). Hombre fuerte y cabal, soldado valiente, de gran respeto y de justas y serias decisiones en los momentos más cruciales de sus mandatos y comprobada lealtad al reino que representaba. Llegó con abundante séquito con sangres nobles para diseminarse en el nuevo mundo. Uno de ellos fue Don Melchor de Viana y Fernández que también conseguiría esposa y formaría una rama menor del clan. La población se conmocionó con el nombramiento, a tal punto que todas las niñas casaderas se preparaban para recibirlo ya que el joven llegaba soltero a su cargo y ésto no podría permitirse en una ciudad que se tildara de tal.

No faltaron oportunidades para todas ellas ni tampoco para los padres o allegados que estuvieran en buena posición y fueran o no cabildantes o hijosdalgo. Pero sí hubo uno de ellos que no perdió el tiempo fue un hombre de negocios, establecido ya hace tiempo por el Río de las Plata, muy próspero naviero, que fue el que trajo las primeras familias canarias a Montevideo, con gran riqueza, Don Francisco de Alzáybar. Pues el asunto era que el nuevo Gobernador debía formar familia y arraigarse en estas tierras para recibir además de su remuneración en pesos todos los favores de la corona, como haciendas y tierras, muchas tierras. Para ello ya Alzáybar tenía todo planificado, ya que en Montevideo no había jovencita que tuviera la alcurnia, el mérito y los blasones correspondientes. Fue entonces que le propuso un casamiento digno y acorde, presentándose con testigos proponiéndole al novel Gobernador un contrato matrimonial con su sobrina, garantizando la virtuosidad de la joven, su belleza, agradable estampa y generosa dote. El Gobernador aceptó el trato y dado por descartado que en su vida jamás se arrepintió de ello. Todo lo que de ella le hablara su tío se cumplió. La novia llegó al puerto unos meses después. En un barco con una carga digna de alguna heredera real.

Llegó al comienzo de la primavera el 19 de septiembre de 1755  en el navío Santa Bárbara. Viajó con todo su ajuar, montañas de sábanas, manteles, vestidos, enaguas y camisones de seda. Sus acompañantes eran solamente su hermana y una criada. A los pocos días se realizó la boda, se casaba con un hombre diecisiete años mayor que ella, que la había aguardado impacientemente y al que no conocía. Para la ciudad de san Felipe y Santiago fue la ceremonia más parecida a una boda real que hayan visto. Vinieron invitados de Buenos Aires, Córdoba, Lima, asunción y otros lugares.  Toda la ciudad engalanada, todos los pobladores en las calles, era el enlace del momento más deslumbrante. Así lo quiso Alzáybar. A todo esto como dote brindó a su sobrina de treinta mil pesos (muchísimo dinero para la época) agregando mil yeguas y seis mil cabezas de ganado. El novio regaló a María Francisca dos anillos, uno llevaba una esmeralda grande como un dedo pulgar rodeada de diamantes y el otro un diamante de un tamaño como de una verdadera reina.

Mientras en el puerto llegaban los barcos cargados de regalos para los novios, juegos de copas de de ciento veinte piezas, juegos de porcelana francesa, inglesa y alemana, clavicordios con incrustaciones de nácar, ánforas y cristales venecianos, candelabros de plata y oro, muebles de terciopelo, sábanas bordadas en seda, abanicos, manteles exquisitamente bordados, cajas y cajas de cubiertos de plata, más y más. Nunca se había visto en esta ciudad semejante espectáculo que dio para muchos días de comentarios de ruedas de té y mate. Pero de esta unión ninguno se arrepentiría jamás y esta mujer hizo por su esposo más de los que muchas de esa y esta época harían.

 
Ya comenzaron a llamarla “la Gobernadora”. Carácter prometía.  Hasta la próxima, suculento y mucho.

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